jueves, 20 de junio de 2013

Novela de Ajedrez, Stefan Zweig



Le conocí un día, hace unos meses, paseando por el Invierno de Pilar. Ella me presentó a Stefan Zweig, de quien yo no había leído aún absolutamente nada, me animó a que le pidiera una cita y eso hice, casi de inmediato. Él debía irse, pero prometió pasar pronto por mi casa virtual. Mientras tanto, y para apaciguar mis ganas de conocerle, la encantadora Pilar me contaba cómo Zweig se había suicidado, junto a su esposa, en el exilio, durante la Segunda Guerra Mundial, empujado por una depresión y por la fuerte convicción de que los alemanes ganarían la guerra. 

Llegó una tarde de sábado, mientras yo descansaba de estudiar en el Lapin, acudía trajeado, con corbata  y cabello bien peinado con la raya a un lado. En sus manos, traía una novela muy corta, pero especial, “Novela de Ajedrez”.

-           Una obra estupenda para empezar a conocernos- aseveró.


Comencé a escucharle algo asustada porque jamás he conseguido aprender a jugar al ajedrez, siempre fui más de las damas (el ajedrez para torpes, supongo). No obstante, su manera de contar la historia empezó a envolverme, sus palabras salían de su boca como si de música se tratara, como si hubiese estado durante horas eligiendo cada palabra para luego coserlas al papel. Es un gran narrador, tanto que su léxico, rico y cuidado, a veces eclipsaba la historia. Me veía sumergida en sus frases, que repetía en mi interior una y otra vez, como queriéndolas memorizar, sin que me importara continuar sabiendo más del relato. Si la obra hubiese estado inconclusa, aunque me hubiese quedado sin conocer el desenlace, estoy segura de que habría quedado igual de satisfecha gracias a esa prodigiosa forma de escribir. 



Sin embargo, no creáis que la historia desmerezca. En absoluto. Zweig me transporta a un barco, rumbo a Buenos Aires, donde también viaja Mirko Czentovic, un campeón mundial de ajedrez. A pesar de ser un genio en el juego de mesa, ésta es la única aptitud que se le conoce al joven Mirko. 

Sentada en la cubierta del transatlántico, el autor continúa contándome la historia de Mirko cuando, de repente, aparece en escena el doctor B. Este nuevo y misterioso personaje cambia, por completo, mi visión del relato. La afición del doctor B. al ajedrez tiene un principio crudo y oscuro, que S. Zweig me desvela de una manera rápida, con excelsa sencillez, sin necesidad de rellenar páginas y páginas con sub-historias carentes de importancia. 

Casa de Zweig en Petrópolis, donde se suicidó junto a su mujer

Cuando termina de desgranarme su novela, de apenas cincuenta páginas, se levanta de la tumbona de cubierta y se va. El horizonte del Atlántico, sus nubes, su olor a salitre… todo se desvanece en un abrir y cerrar de ojos y me encuentro otra vez sola, sentada en mi silla del Lapin, deseando hacerme con más obras de Stefan, para seguir disfrutando de su imaginación, pero sobre todo de su destreza con las palabras.

Quiero dar las gracias a Pilar por haberme descubierto esta maravillosa historia. Siento no haber podido publicar antes, pero Junio está siendo algo agotador y aún me queda una semana... pero pasaré pronto por vuestros blogs para descansar de la prisa de mi realidad.