Enero
para mí suele ser un mes difícil, es como un eterno lunes o el monstruo amedrentador
al que nunca terminas de verle el final de la cola. Vale, quizás esté siendo un
poco exagerada, pero para alguien que adora diciembre, enero es un asco, peor
que septiembre, porque encima el frío, después de un mes, ya empieza a
molestarte y suele venir acompañado por virus que te dejan K.O. durante dos
semanas como me ha pasado a mí.
Pero
antes de llegar a eso, he tenido un mes de diciembre y unas Navidades repletas
de momentos preciosos. Momentos de reencuentros, de cena con los amigos, de
barbacoas, también de soledad, de ésos que tomas una taza de té o de
chocolate caliente mientras estás enfrascada en algún libro y todo a tu
alrededor deja de tener importancia.
He estado disfrutando como una enana de las cartas íntimas que Tolkien envió a sus hijos cada Nochebuena, convirtiendo su voz en las de personajes del Polo Norte como el mismo papá Noel o el Oso polar. Gracias al oso polar que ya es un buen amigo, a mí también me han llegado numerosos regalitos en forma de caprichos y de libros que os iré desgranando en otras entradas.
Regalo que trajo el oso polar |
Ha
habido otros momentos que he disfrutado de Jane Austen, pero de esto hablaré en
otro post para ella solita. Y, en la segunda semana de enero, casi con mi virus
ya finiquitado he estado acompañada por las palabras de Virginia Woolf que ha
llegado a visitarme gracias a una gran amiga. Voy a tener una relación larga
con esa obra, porque quiero leerla muy poco a poco, para que no se me escape
nada de sus pensamientos y de su teoría de la “Habitación propia”.
Pero
si hay un libro que tenía muchas ganas de comentar desde principios de diciembre
y no tuve tiempo fue uno que propuso nuestra amiga Ale en su blog “Bibliobulímica”:
“La noche
que Frankestein leyó al Quijote”, de Santiago Posteguillo. Reconozco
que no hay que juzgar un libro por sus tapas, pero a mí el título me enamoró
desde el primer momento y sabía que no tardaría mucho en sumergirme entre sus
páginas.
Es
una obra breve y dividida en pequeños relatos que vas devorando sin llegar a
tener consciencia de ello. Cada una de estas pequeñas narraciones expone una
historia, una anécdota o un pequeño episodio de la vida de famosos autores literarios. Posteguillo
va captando tu atención desde el principio, porque comienza narrando los
sucesos sin desvelar a qué autor se refiere hasta el final del capítulo. No quiero,
ni puedo escribir mucho más sobre él sin desvelar datos importantes, pero os
puedo decir que es un libro que merece mucho la pena y que todo el mundo, al que
le guste la literatura, debería leer alguna vez en su vida. Me aventuraría a decir, sin conocer mucho al autor, que Santiago sería uno de esos profesores que me hubiese gustado tener durante mi etapa estudiantil. Uno de esos docentes a los que no le importa "perder una clase" en contar esos detalles de la Historia Universal o de la Literatura que, aunque el Ministerio no lo incluya entre los contenidos oficiales, al final, son el tipo de cosas con el que los alumnos se quedan embobados mirándote y te das cuenta de que esas historias las recordarán siempre, porque las han aprendido divirtiéndose.
Sin
embargo, también me he llevado una pequeña decepción (no con la obra en sí),
sino con el hecho de recomendar libros. Aún estaba yo entusiasmada, días
después de haber finalizado su lectura, cuando hablando con una adolescente me
dijo que un profesor de su instituto había recomendado un libro muy malo. Y
cuál fue mi sorpresa cuando me contó que era “Cuando Frankenstein…” Al principio no lo entendí porque era una chica inteligente y que muestra mucho
interés por sus estudios. Un libro que a mí me parecía que a todo el mundo iba
a gustarle… Estuve pensándolo mucho rato después de nuestra charla y he llegado
a la conclusión de que todos podemos recomendar algunas obras (todas lo hacemos
aquí en los blogs cuando estamos dando nuestra opinión), pero lo que no debemos
hacer nunca es obligar a nuestros hijos, alumnos, familiares a que lean algo
basándonos en el precepto de que a nosotros nos ha encantado. Creo que llega a
ser contraproducente. Quizás si esta joven lee cualquier cosa con la que se
identifique, que le guste más (aunque sean novelas juveniles, bestsellers o lo
que ella considere oportuno), al final terminará concatenando una lectura con
otra y, dentro de unos años, habría llegado a un libro como éste de Posteguillo, habría reconocido a algunos de los autores y lo habría apreciado mucho más.
Espero
que quienes os acerquéis a él, lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo. A mí me
ha devuelto las ganas de releer “Frankenstein” de Mary Shelley, que también leí
“obligada” en los primeros años de Universidad y sé que ahora, desde la
libertad y la relajación que te da el “no estar presionada porque tienes que
leer en tantos días para entregar un trabajo”, lo disfrutaré aún más.
Espero
que hayáis pasado unas fiestas maravillosas.Volveré a pasar por vuestros rincones ahora que el virus me deja hacer vida normal. Las tres primeras fotos, las firmadas, son mías; la de la portada del libro está cogida de Internet.
¡Gracias Ale por la recomendación!
¡Gracias Ale por la recomendación!