Si hay algo que siempre
he anhelado, desde pequeña, es saber dibujar. A mí la naturaleza me puso dos
manos como remate de los brazos, pero como me podría haber puesto dos patatas
cocidas… me hubiesen servido para lo mismo, en cuanto a manualidades se
refiere.
En el colegio odiaba
las clases de plástica. Ninguna técnica se me daba bien: ni los lápices, ni el
carboncillo, ni el pastel, ni la sanguina, ni nada. Era una completa inútil. En
mi cabeza, términos como la perspectiva, la proporción o el orden no tienen
sentido. Pero bueno… lo importante es conocer tus debilidades y ponerles
solución o, directamente, alejarte de todo lo que huela a clases de plástica.
Ya en la Educación Secundaria, toqué fondo con el dibujo técnico. No sé cómo me
las arreglaba pero era mover un poco el cartabón y la tinta del rotring se
desparramaba por toda la lámina. No recuerdo haber hecho ninguna que quedara
bien. Así que, amparada por la minoría de edad, comencé a deambular por la
línea que separa la picaresca de la corrupción. Le pagué a un interno de mi
colegio para que me hiciera las láminas. Cien pesetas por lámina… por lo que
aprobé Tecnología, pagando mil pesetas a mi compañero. Diría que me avergüenzo,
pero no es así. Sé que si no lo hubiera hecho, aún seguiría semi-interna en
aquel colegio intentando colocar bien la escuadra y el cartabón.
Esa falta de aptitud
para el arte es lo que me ha hecho sentir verdadera admiración por los dibujantes.
Y es de Jill Barklem, una de mis ilustradoras preferidas (junto a Beatrix
Potter), de quien os quería hablar.
Jill Barklem es una
escritora e ilustradora inglesa. De pequeña tuvo un accidente que le provocó un
desprendimiento de retina. Como en el colegio no podía jugar con otros niños
debido a este problema, comenzó a dibujar elementos de la naturaleza.
Sí, por lo visto, es
muy común en la gente que, cuando tiene un accidente siendo aún niños, durante
la convalecencia desarrolle algún tipo de habilidad oculta. A mí, sin embargo,
me escayolaron un brazo y me pasé quince días jugando con los mocos del blandiblub. ¡Oye! cada uno es como es.
La buena de Barklem
supo aprovechar bien su destreza y ha conseguido ser una de las mejores
ilustradoras de literatura infantil. Para configurar su gran obra “El Seto de las Zarzas”, estuvo dos años
estudiando el comportamiento de los ratones y recreando, en su propia casa, los
escenarios que luego se propondría dibujar. Gracias a este meticuloso trabajo,
podemos recrearnos en sus ilustraciones detallistas, con despensas repletas de
víveres, con dormitorios dulcemente decorados, con árboles que parecen tener
vida… Como ella misma lo define: “El Seto
de las Zarzas es mi mundo ideal, una sociedad en la que unos se preocupan de
los otros, donde los ratones sólo quieren divertirse”.
Las navidades pasadas
me regalaron su libro Las cuatro
estaciones del Seto de las Zarzas y otros cuentos de la
editorial Noguer. Es como un cuadro de 248 páginas. Me encanta participar en la
vida rural de sus ratones durante las cuatro estaciones del año, ver cómo las
hojas de los árboles se van enrojeciendo durante el otoño, cómo la nieve lo
cubre todo en el invierno…
Así que hoy, para
celebrar la entrada del solsticio vernal, he decidido leer el Cuento de Verano. Me he ido a pasar el día
al riachuelo y he visitado la lechería de Amapola Buendía. Me ha
contado que hoy se va a casar con el encargado del molino, el señor Polvareda.
Así que me voy al bosque a ayudar a
preparar el banquete: sopa fría de berros, ensalada de achicoria fresca, dulces
de miel, magdalenas y merengue.
La Lechería. No me importaría trabajar aquí con la señorita Amapola. |
Preparando el banquete de bodas. |
El Molino |
¿Verdad que son una obra de arte?
Por cierto, si hay alguien que tenga alguna
destreza y quiera enseñarme, estoy dispuesta a ser una alumna aplicada. No
quiero morir pensando que no tengo ninguna habilidad.
¡feliz entrada de verano!